Tenzin Gyatso; el XIVo Dalai Lama
El propósito de la vida
UNA GRAN PREGUNTA puntúa nuestra experiencia, que la tengamos en mente de modo consciente o no : ¿Cuál es el propósito de mi vida? He considerado esta pregunta y quisiera compartir mis pensamientos con vosotros, con la esperanza de que puedan aportar algún beneficio práctico y directo al lector.
Creo que el propósito de la vida es ser feliz. Desde el momento en que nace, cada ser humano busca la felicidad y trata de evitar el sufrimiento. Ni el condicionamiento social, ni la educación, ni la ideología pueden afectar esa realidad. Desde lo más profundo de nuestro ser, simplemente deseamos sentirnos satisfechos. Yo no sé si el universo, con sus innombrables galaxias, estrellas y planetas, tiene algún sentido más profundo o no, pero al menos está claro que nosotros, los seres humanos que vivimos en este planeta, tenemos ante nosotros la tarea de crearnos una vida feliz. Por lo tanto, es importante descubrir aquello que nos proporcionará el mayor grado de felicidad.
Cómo alcanzar la felicidad
Para empezar, podemos dividir cada tipo de felicidad y sufrimiento en dos categorías principales: mental y física. De las dos, la mente es la que ejerce una mayor influencia en la mayoría de nosotros. Al menos de estar gravemente enfermos o desprovistos de las más básicas necesidades, nuestra condición física desempeña un papel secundario en nuestra vida. Mientras el cuerpo está satisfecho, casi no le hacemos caso. Pero la mente toma nota de cada hecho, por muy pequeño que sea. Por ello, debemos dedicar nuestros esfuerzos más importantes a alcanzar la tranquilidad mental.
En base a mi propia y limitada experiencia, he observado que el mayor grado de paz interior proviene del desarrollo del amor y de la compasión.
Cuanto más atención prestamos a la felicidad ajena, mayor es nuestro propio sentimiento de bienestar. Al cultivar relaciones cariñosas con los demás, automáticamente nuestra mente se vuelve más tranquila. Esto también ayuda a eliminar cualquier temor o inseguridad que tengamos y nos da la fuerza necesaria para enfrentarnos con cualquier obstáculo que surja. Es la fuente fundamental del éxito en la vida.
Mientras vivamos en este mundo, siempre toparemos con problemas. Si en esos momentos, perdemos la esperanza y nos dejamos desalentar, reduciremos nuestra capacidad para resolver dificultades. Si al contrario recordamos que no somos sólo nosotros, sino que todo el mundo tiene que sufrir, esa perspectiva más realista aumentará nuestra determinación y capacidad para superar las adversidades. Es más, con esa actitud ¡cada nuevo obstáculo que se presente puede ser visto como otra valiosa oportunidad para mejorar nuestra mente!
Así es que poco a poco, nos podemos esforzar por sentir más compasión, es decir, podemos desarrollar una auténtica lástima por el sufrimiento de los demás en conjunto con la voluntad de socorrerlos. Como resultado, aumentarán nuestra propia serenidad y fuerza interior.
Nuestra necesidad de amor
Al final, la razón por la cual el amor y la compasión traen la mayor felicidad es simplemente porque nuestra naturaleza los aprecia por encima de todo. La necesidad de amor es la base de la condición humana, y surge de la profunda interdependencia que compartimos unos con otros. Por muy capaz o adiestro que sea, un individuo que permanece solo no podrá sobrevivir. Por muy poderoso e independiente que uno se sienta durante las épocas más prósperas de la vida, cuando se enferme, o en la infancia o en edad avanzada, tendrá que depender del apoyo de los demás.
La interdependencia, desde luego, es una ley fundamental de la naturaleza. Los seres sociales no son sólo las especies superiores; muchos insectos, entre los más pequeños, también se juntan, sin religión, ni leyes ni educación, para sobrevivir a través de una cooperación mutua surgida del reconocimiento innato de su interconexión. El nivel más sutil de la materia también está gobernado por la interdependencia. El planeta en que vivimos, los océanos, nubes, bosques y flores que nos rodean, todos son fenómenos que dependen de estructuras sutiles de energía. Sin las interacciones necesarias, los fenómenos decaen y se deshacen.
Como nuestra propia existencia humana depende tanto de la ayuda de los demás, la necesidad de amor yace al nivel más profundo de nuestro ser. Por eso necesitamos un auténtico sentido de responsabilidad y un interés verdadero por el bienestar de los demás.
Tenemos que considerar qué es lo que somos verdaderamente nosotros, los seres humanos: no somos objetos fabricados a máquina. Si fuéramos sólo entidades mecánicas, otras máquinas podrían aliviar todos nuestros sufrimientos y satisfacer nuestras necesidades.
Pero como no somos meramente entidades físicas, es un error pensar que el puro desarrollo material llegará a cumplir con todas nuestras esperanzas de felicidad. Al contrario, para descubrir lo que necesitamos, debemos de examinar nuestros orígenes y naturaleza.
Dejando de lado las cuestiones complejas como la creación y la evolución de nuestro universo, al menos podremos convenir en que cada uno de nosotros es el producto de nuestros padres. En general, nuestra concepción no fue fruto únicamente del deseo sexual sino también de la decisión de nuestros padres de tener un hijo. Estas decisiones están basadas en la responsabilidad y la compasión, en el compromiso altruista de los padres de ocuparse de sus hijos hasta su emancipación. Así es que a partir del momento mismo de nuestra concepción, el amor de nuestros padres participa directamente a nuestra creación.
Además, en las fases iniciales de nuestro crecimiento, dependemos totalmente del cuidado de nuestra madre. Según algunos científicos, el estado mental de una mujer embarazada, sea tranquilo o agitado, tiene un efecto físico directo sobre el niño aún por nacer.
Durante el parto, la expresión del amor es también muy importante. Como lo primero que hacemos es mamar leche del pecho de nuestra madre, nos sentimos naturalmente muy unidos a ella. Ella también habrá de sentir amor por nosotros; de no ser así, si siente enfado o resentimiento, se puede que la leche no fluya libremente.
Luego viene el período crítico para el desarrollo del cerebro, desde el nacimiento hasta la edad de tres o cuatro años al menos, durante el cual el contacto físico cariñoso es el factor de mayor importancia para el desarrollo normal de un niño. Una criatura que nadie lleva en brazos, que nadie acaricia, ni mima, ni quiere – ni su desarrollo general ni la maduración de su cerebro podrán proceder de modo correcto.
Ya que un niño no puede sobrevivir sin el cuidado de los demás, el amor es su alimento más importante. Una niñez feliz, el dispersar los múltiples temores de la infancia y lograr el desarrollo saludable de la confianza del niño en sí mismo, todo ello depende directamente del amor que recibe.
Hoy en día, muchos niños crecen en familias infelices. Si no reciben el cariño necesario, más tarde les será difícil querer a los padres, y a menudo, tampoco les será fácil amar a otras personas. ¡Que cosa más triste!
A medida que los niños crecen e ingresan en la escuela, los maestros deben prestarles el apoyo que necesitan. Si el maestro les transmite no sólo el conocimiento intelectual, sino que asume también la responsabilidad de prepararlos para la vida, los alumnos confiarán en él y lo respetaran, y todo lo que les haya enseñado dejará una huella permanente en sus mentes. Por otro lado, las asignaturas enseñadas por un maestro que carece de verdadero interés por el bienestar de sus alumnos, parecerán de utilidad pasajera y guardadas poco tiempo en mente.
Al igual, si uno se enferma y el doctor que le atiende en el hospital tiene una actitud cordial y afectuosa, uno se siente cómodo. La buena intención del médico de ofrecer el mejor tratamiento posible tiene virtudes curativas, cual sea su nivel de capacidad técnica. Pero si el médico carece de sensibilidad humana y su expresión es desagradable, impaciente o indiferente, aunque sea el mejor especialista, haya diagnosticado correctamente la enfermedad y prescrito el remedio idóneo, uno se sentirá preocupado. Inevitablemente, los sentimientos del paciente afectarán su recuperación, y hasta si llega a restablecerse del todo.
Incluso en la vida diaria, en una conversación ordinaria, si nuestro interlocutor habla de modo caluroso, nos da gusto escucharlo y le contestamos del mismo modo – la conversación se vuelve interesante por insignificante que sea el tema. Pero si la persona habla con frialdad o dureza, nos sentimos incómodos y aguardamos con ansia que se termine el intercambio. Del asunto más pequeño al más grande, el afecto y el respeto de los demás son de importancia capital para nuestra felicidad.
Hace poco, en una reunión, un grupo de científicos americanos me señaló que la tasa de enfermedad mental en su país era bastante alta, algo como el doce por ciento de la población. Al término de la discusión, quedó claro que la causa principal de la depresión no era la escasez de necesidades materiales sino la falta de afecto de los demás.
Como lo demuestra lo ya he escrito : a mí me parece claro que a partir de nuestro primer día, aún si no lo tenemos siempre presente, la necesidad de cariño humano la llevamos en la sangre. Aunque que ese cariño provenga de un animal, o de alguien que normalmente parecería un enemigo, los niños como los adultos se gravitarán naturalmente hacia él.
Creo que nadie nace libre de la necesidad de amar y ser amado. Eso demuestra que la definición del ser humano no puede reducirse a lo físico, por mucho que algunas corrientes modernas de reflexión lo intenten. Ningún objeto material, por hermoso o valioso que sea, puede darnos el sentimiento de ser queridos, porque nuestra más profunda identidad y nuestro verdadero carácter radican en la naturaleza subjetiva de la mente.
Desarrollar la compasión
Algunos amigos me han comentado que la compasión y el amor, si bien son algo bueno y maravilloso, no tienen tanta relevancia en realidad. Nuestro mundo, me dicen, no es lugar donde esos valores puedan tener mucha influencia o poder. Mantienen que el enojo y el odio forman parte tan congénita de la naturaleza humana que la humanidad permanecerá dominada por ellos. Yo no estoy de acuerdo.
Hace unos cien mil años que nosotros, seres humanos, existimos con nuestra forma actual. Creo que si durante todo ese tiempo, la mente humana hubiera estado principalmente controlada por el enfado y el odio, la población global se hubiera achicado. Pero hoy en día, a pesar de todas nuestras guerras, nos encontramos con que la población humana es más grande que nunca. Esto me indica claramente que lo que predomina en el mundo es el amor y la compasión. Y también me aclara porqué los eventos desagradables son ‘noticias’, mientras que las acciones motivadas por la compasión forman parte tan básica de la vida que se toman por sentado y se les presta poca atención.
Hasta ahora he comentado más que nada los beneficios mentales de la compasión, pero también contribuye a un buen estado de salud física. Según mi propia experiencia personal, la estabilidad mental y el bienestar del cuerpo están directamente relacionados. No hay duda que el enojo y la agitación nos vuelven más susceptibles a las enfermedades. Al inverso, si nuestra mente está tranquila y ocupada con pensamientos positivos, el cuerpo no caerá enfermo tan fácilmente.
También es cierto que todos tenemos un egoísmo innato que inhibe nuestro amor hacia los demás. En ese caso, ya que todos deseamos la verdadera felicidad que sólo proviene de una mente tranquila, y esa tranquilidad mental no nace sino de una actitud compasiva ¿cómo desarrollarla? ¡Es obvio que no basta con decirse que la compasión es algo bueno! Necesitamos hacer un esfuerzo sistematizado para desarrollarla, y emplear todo lo que nos ocurre en la vida diaria para transformar nuestro modo de pensar y de actuar.
Antes que nada, hay que tener muy claro lo que queremos decir exactamente con compasión. En muchos casos, los sentimientos de compasión se mezclan con el deseo y el apego. Por ejemplo, a menudo, el amor que los padres sienten por sus hijos está fuertemente vinculado con sus propias necesidades afectivas; no es completamente compasivo. También en el matrimonio, más que nada al principio cuando cada uno de los recién casados todavía no conoce bien el carácter profundo del otro, el amor entre los esposos puede depender más bien del apego que del verdadero amor. Nuestro deseo puede ser tan fuerte que la persona a la cual estamos apegada nos parece buena, a pesar de ser muy negativa en realidad. Además, tenemos una tendencia a exagerar las pequeñas cualidades positivas. Así es que cuando la actitud de uno de los esposos cambia, el otro a menudo se siente desilusionado, y su actitud también cambia. Eso nos indica que ese amor ha sido motivado más bien por necesidades personales que por un cariño verdadero por la otra persona.
La verdadera compasión no es sólo una reacción emocional, sino un compromiso firme basado en la razón. Por consiguiente, una actitud verdaderamente compasiva hacia los demás no se altera aunque ellos se porten de modo negativo.
¡Desde luego, desarrollar este tipo de compasión no es nada fácil! Podemos empezar con una reflexión sobre los hechos siguientes:
Tanto las personas hermosas y amables como las que son feas y pesadas, todas al final son seres humanos como uno mismo, y al igual que uno, desean ser felices y no quieren sufrir. Además, gozan del mismo derecho que yo a superar el sufrimiento y ser felices. Ahora, cuando reconocemos que todos los seres son iguales tanto en su deseo de lograr ser felices como de su derecho a lograr esa felicidad, automáticamente sentimos simpatía y afinidad por ellos. Al ir habituando la mente a ese sentido de altruismo universal, desarrollaremos un sentimiento de responsabilidad hacia los demás, con el deseo de ayudarles a resolver efectivamente sus problemas. Ese deseo no será de tipo selectivo, se aplicará a todos del mismo modo. Mientras sean seres humanos que experimentan placer y dolor al igual que yo, no hay fundamento lógico para discriminar o favorecer a nadie, ni para alterar nuestra preocupación por ellos si actúan de modo negativo.
Quiero recalcar que con tiempo y paciencia, está perfectamente al alcance de todos desarrollar este tipo de compasión. Por supuesto, nuestro egoísmo, nuestro apego característico a la noción de un ‘yo’ independiente que existe de por sí mismo, actuarán para cohibir, de modo fundamental, nuestro sentimiento de compasión. Efectivamente, no es posible experimentar la verdadera compasión antes de eliminar ese tipo de aferramiento al ‘yo’. Pero esto no significa que no podamos empezar ahora mismo y avanzar.
¿Cómo empezar?
Al principio, debemos empezar por quitar los mayores obstáculos a la compasión: el enojo y el odio. Todos sabemos que esas emociones son sumamente poderosas y pueden apoderarse por entero de la mente. Sin embargo, sí se pueden controlar. Y si no las dominamos, esas mismas emociones nos acosarán ¡sin mayor esfuerzo por su parte! y frenarán nuestra búsqueda por la felicidad que nos procura una mente cariñosa.
Por ende, es mejor empezar por averiguar si el enojo tiene o no algún valor. A veces, cuando una situación difícil nos tiene abrumados, el enojo parece útil puesto que da la impresión de procurarnos más energía, confianza y determinación.
En este momento, sin embargo, debemos examinar detenidamente nuestro estado mental. Mientras es cierto que el enojo nos presta energía adicional, si exploramos la naturaleza de esa energía, veremos que es una energía ciega: no se sabe con seguridad si su efecto será positivo o negativo. Eso es porque el enojo enturbia la función más alta de nuestro cerebro, su racionalidad. La energía del enojo casi siempre es poco fiable y puede provocar una cantidad descomunal de conductas destructivas y lamentables. Además, al extremar el enojo, uno se vuelve casi loco y se perjudica tanto a sí mismo como a los demás.
Ahora bien, existe la posibilidad de desarrollar una energía igualmente poderosa, pero mucho más controlada, para manejar las situaciones difíciles.
Esa energía controlada no surge únicamente de una actitud compasiva, sino también de la razón y de la paciencia: los más poderosos antídotos contra el enojo. Por desgracia, mucha gente las confunde con signos de debilidad. Para mí, al contrario, son verdaderos indicadores de fuerza interior. La compasión es dulce, apacible, suave – pero muy poderosa. Son los que pierden paciencia fácilmente quienes tienen carácter inseguro e inestable. Por ello, a mi parecer, es cuando uno se enoja que manda una señal manifiesta de debilidad.
Así , cuando un problema empieza a manifestarse, tratas de permanecer humilde y guardar una actitud sincera, procurando que el resultado sea justo. Es posible que los demás traten de aprovecharse de ti, y si tu actitud de desapego sólo provoca una agresión injusta, tienes que adoptar una postura firme. Pero habrá que hacerlo con compasión y si es necesario expresar tu punto de vista y tomar medidas fuertes, tendrá que ser sin enojo ni malicia.
Debes comprender que, aunque te parezca que tus adversarios te están perjudicando, al final su actitud destructiva no daña a nadie mas que a ellos. Para frenar el impulso egoísta de desquitarse, debemos recordar el deseo de practicar la compasión y asumir la responsabilidad de contribuir a evitar que la otra persona sufra las consecuencias de sus actos.
De ser así, como las medidas que utilizas han sido seleccionadas con calma, tendrán mayor efecto y serán más acertadas y poderosas. La venganza impulsada por la energía ciega del enojo rara vez dan en el blanco.
Los amigos y los enemigos
Tengo que volver a destacar, que para desarrollar la compasión, la razón y la paciencia, no es suficiente limitarse a pensar que son cosas buenas. Debemos aguardar que aparezcan las dificultades e intentar de practicar en ese mismo momento.
¿Y quien nos crea tales oportunidades? Nuestros amigos no, por cierto, sino nuestros enemigos. Ellos son los que nos causan los mayores problemas. Así es que, si realmente queremos aprender ¡debemos considerar a los enemigos como nuestros mejores maestros!
Para alguien que valora el amor y la compasión, es indispensable poder practicar la tolerancia, y para ello, es indispensable tener un enemigo. ¡Debemos pues sentirnos agradecidos hacia nuestros enemigos, ya que son ellos los que mejor nos ayudan a desarrollar una mente tranquila! Además, tanto en la vida privada como en la pública, vemos a menudo que un enemigo se vuelve amigo, a raíz de algún cambio de circunstancias.
El odio y el enojo son siempre dañinos, y si no entrenamos nuestra mente para reducir sus fuerzas negativas, nos seguirán perturbando y entorpeciendo nuestros esfuerzos por desarrollar una mente tranquila. El odio y el enojo son nuestros verdaderos enemigos. Ésas son las fuerzas que más necesitamos enfrentar y derrotar, en vez de los enemigos pasajeros que aparecen a ratos en el espacio de una vida.
Todos queremos tener amigos, lo que es bueno y natural. A menudo digo en broma, que si de verdad quieres ser egoísta, ¡deberías ser muy altruista! Debes ocuparte bien de los demás, preocuparte por su bienestar, ayudarlos, servirlos, hacerte más amigos, sonreír más. ¿El resultado? Cuando tú mismo necesites ayuda, ¡encontrarás mucha gente para ayudarte! Pero si desatiendes la felicidad de los demás, el que saldrá perdiendo eres tú. No pienso que la amistad nazca de las peleas, del enfado, de los celos, ni de un espíritu competitivo exagerado. Lo único que nos trae verdaderos amigos entrañables es el afecto.
En la sociedad materialista de hoy en día, si tienes dinero y poder, pareces tener muchos amigos. Pero no son amigos tuyos, son amigos de tu dinero y de tu poder. Cuando pierdas tu fortuna y tu influencia, tendrás mucha dificultad en localizarlos.
El problema es que mientras todo en el mundo nos va bien, confiamos en poder arreglarnos solos, sin necesitar amigos; pero a medida que nuestra situación y salud declinan, muy pronto descubrimos lo equivocados que estábamos. Ese es el momento en que caemos en cuenta de quien nos ayuda realmente y quien no sirve para nada. Conque a fin de prepararnos para ese momento, para ganarnos la amistad de personas sinceras que nos ayuden cuando sea necesario, nos corresponde cultivar el altruismo.
Aunque alguna gente se ríe cuando lo digo, yo mismo siempre quiero hacerme más amigos. Me encantan las sonrisas. Y por eso tengo el problema de saber cómo hacerme más amigos, para disfrutar de más sonrisas y en particular, de sonrisas sinceras. Porque hay diferentes tipos de sonrisa: hay sonrisas sarcásticas, artificiales, diplomáticas. Muchas sonrisas no crean ningún sentido de satisfacción, y a veces llegan a provocar ansiedad o miedo ¿no es verdad? Mientras que una sonrisa sincera nos da una sensación de frescor, y creo que es algo propio de los seres humanos. Si ésas son las que queremos ver, nos toca a nosotros crear motivos para que se brinden.
La compasión y el mundo
Para terminar, quisiera ampliar brevemente un poco más allá del tema de este corto ensayo, y plantear un punto más amplio: la felicidad individual puede contribuir de modo profundo y efectivo, a mejorar la comunidad humana en su conjunto.
Debido a que todos compartimos la misma necesidad de amor, podemos llegar a sentir que cada persona que encontremos, en cualquier circunstancia, es un hermano o hermana. Aunque el rostro sea nuevo, y la ropa o los ademanes diferentes, no existe división significativa entre nosotros y los demás. Es necio insistir en las diferencias externas, porque nuestra naturaleza básica es la misma.
Al final, la humanidad es una, y este pequeño planeta es nuestro único hogar. Si queremos proteger este hogar que tenemos, cada uno de nosotros necesita experimentar un sentido intenso del altruismo universal. Ese sentimiento es el único capaz de eliminar los motivos egocéntricos que hacen que la gente se engañe y se maltrate unos a otros.
Si tienes un corazón abierto y sincero, disfrutarás de un sentimiento natural de confianza y auto-estima, sin necesidad de temer a los demás.
Pienso que a todos los niveles de la sociedad – familiar, tribal, nacional e internacional – la clave de un mundo más feliz y más próspero es el desarrollo de la compasión. No se necesita ser creyente ni abonarse a cualquier ideología. Lo único necesario es que cada uno de nosotros desarrolle sus buenas cualidades humanas.
Cada vez que me encuentro con alguien, procuro tratar a esa persona como si fuéramos viejos amigos. Eso me da un verdadero sentido de felicidad. Es la práctica de la compasión.