Por Tenzin Gyatso, El Dalai Lama
Este artículo está basado en una charla ofrecida por el Dalai Lama en la reunión anual de la Society for Neuroscience, el 12 de Noviembre de 2005, en Washington DC
En las últimas décadas la ciencia ha avanzado extraordinariamente en el conocimiento tanto del cerebro humano como del cuerpo humano en su totalidad. Con la nueva genética, el estudio neurocientífico del funcionamiento de los organismos biológicos ha llegado al nivel sumamente sutil de los genes individuales. Todo esto ofrece posibilidades tecnológicas impredecibles, e incluso la posibilidad de manipular los códigos mismos de la vida, con la probabilidad de poder crear realidades completamente nuevas para la humanidad. Hoy en día, la relación entre la ciencia y la humanidad no reviste únicamente un interés académico; sino que debe despertar un sentimiento de urgencia para todos los que se preocupan por el destino de la humanidad. Por estas razones me parece que un diálogo entre la neurociencia y la sociedad redundaría en grandes beneficios, al permitir una comprensión mas profunda de lo que significa ser humano, y de la responsabilidad que nos incumbe por el mundo natural que compartimos con los demás seres. Me complace observar, que como parte de esta relación más amplia, algunos neurocientíficos demuestran un creciente interés por celebrar conversaciones más profundas con las disciplinas budistas contemplativas.
Mi proprio interés por la ciencia empezó con la curiosidad impaciente de un joven criado en el Tíbet, Poco a poco me fui dando cuenta de la trascendencia colosal de la ciencia y la tecnología para comprender el mundo moderno. Además de tratar de entender conceptos científicos particulares, también he intentado explorar las implicaciones más amplias de los nuevos avances del conocimiento humano y el poder tecnológico logrados a través de la ciencia.
Los sectores específicos que más he explorado durante estos años son la física subatómica, cosmología, biología y psicología. Mi comprensión limitada de estas áreas la debo al tiempo que me dedicaron generosamente Carl von Weizsacker y el difunto David Bohm, quienes considero mis maestros de física cuántica y de biología, y especialmente en neurociencia, los difuntos Robert Livingstone y Francisco Varela. También he de agradecer a los numerosos eminentes científicos con quienes he tenido el privilegio de conversar, gracias a las conferencias Mind and Life, iniciadas en 1987 en mi residencia en Dharamsala, India y patrocinadas por el Instituto Mind and Life. Estos diálogos han continuado en el transcurso de los años y el diálogo Mind and Life más reciente acaba de terminar aquí en Washington esta misma semana.
Algunos podrían preguntarse, “¿Porqué a un monje budista le interesa tanto la ciencia? ¿Qué relación puede haber entre el budismo, una antigua tradición espiritual y filosófica india, y la ciencia moderna? ¿Cómo una disciplina científica como la neurociencia puede encontrar algún beneficio en un diálogo con una tradición contemplativa budista?”
Aunque la tradición contemplativa budista y la ciencia moderna se han desarrollado a partir de raíces históricas, intelectuales y culturales diferentes, pienso que en el fondo comparten elementos comunes importantes, especialmente en lo que se refiere a sus perspectivas filosóficas básicas y su metodología. A nivel filosófico, el budismo y la ciencia moderna comparten la misma desconfianza profunda hacia cualquier noción absoluta, concebida como un ser trascendental, o un principio eterno e inmutable como el alma, o un sustrato fundamental de la realidad. El Budismo y la ciencia prefieren explicar la evolución y la aparición del cosmos y de la vida como una consecuencia de la interacción compleja entre las leyes naturales de causas y efectos. En su metodología, ambas tradiciones hacen hincapié en el papel del empirismo. Por ejemplo, en la tradición budista de la investigación, lo que prevalece entre las tres fuentes reconocidas del conocimiento –-experiencia, razón y testimonio— es lo atestiguado por la experiencia, seguido por la razón y finalmente el testimonio. Esto significa que en la exploración budista de la realidad, al menos en principio, las pruebas empíricas deben imperar sobre la autoridad de las escrituras, por muy veneradas que sean. Aún en el caso de un conocimiento adquirido por medio del razonamiento o inferencia, su validez, en último análisis, dependerá de hechos observados de modo experimental. Esta metodología me ha llevado repetidas veces a hacer notar a mis colegas budistas que los descubrimientos de la cosmología y la astronomía modernas, comprobados de modo empírico, nos obligan hoy en día a cambiar, y en algunos casos incluso a rechazar, muchos aspectos de la cosmología tradicional que figuran en los textos budistas antiguos.
Puesto que el motivo subyacente esencial de la investigación budista de la realidad es la búsqueda fundamental de la superación del sufrimiento y el perfeccionamiento de la condición humana, la tradición budista se ha orientado principalmente hacia la comprensión de la mente humana y sus diversas funciones. Rige el supuesto que una visión más profunda de la psiquis humana nos permitiría encontrar la manera de transformar nuestros pensamientos, emociones y tendencias subyacentes, para alcanzar un modo de ser más pleno y mas enriquecedor. En este contexto, el Budismo ha realizado una nutrida clasificación de los estados mentales, así como unas técnicas contemplativas para perfeccionar ciertas cualidades mentales particulares. Por ello, un auténtico intercambio entre el conocimiento y la experiencia acumulados por el Budismo y la ciencia moderna, sobre una diversidad de cuestiones relacionadas con la mente humana, desde la cognición y la emoción hasta la comprensión de la capacidad inherente que tiene el cerebro humano para transformarse, sería algo extraordinariamente interesante y posiblemente benéfico. Me he sentido profundamente enriquecido por mis conversaciones con neurocientíficos y psicólogos sobre temas como la naturaleza y el papel de las emociones positivas y negativas, la atención, las imágenes mentales y la plasticidad del cerebro. En el área de la neurociencia y de la medicina se ha comprobado de manera fehaciente el papel crucial del mero contacto físico para el crecimiento material del cerebro humano infantil en las primeras semanas. Esto nos demuestra de manera indiscutible la estrecha relación que existe ente entre la compasión y la felicidad humana.
Hace mucho tiempo que el Budismo insiste en el extraordinario potencial natural de transformación que tiene la mente humana. Por esta razón, la tradición ha desarrollado una amplia gama de técnicas contemplativas, o prácticas de meditación, que persiguen dos objetivos principales – cultivar un corazón compasivo y una visión profunda de la naturaleza de la realidad, denominada la unión de la compasión y la sabiduría. En el fondo de estas prácticas de meditación se encuentran dos técnicas claves, el perfeccionamiento y la aplicación sostenida de la atención por una parte y por otra, el ordenamiento y la transformación de las emociones. En ambos casos, me parece que podría existir un gran potencial de investigación compartida entre la tradición budista contemplativa y la neurociencia. Por ejemplo, la neurociencia moderna ha desarrollado un conocimiento valioso de los mecanismos cerebrales asociados con la atención y con la emoción. Por otra parte, la tradición contemplativa budista, con su larga historia de interés por el adiestramiento mental, ofrece técnicas prácticas para refinar la atención y ordenar y transformar la emoción. El encuentro entre la neurociencia moderna y la disciplina contemplativa budista podría entonces ofrecer una posibilidad de estudio del impacto de la actividad mental intencionada sobre circuitos cerebrales identificados por ser cruciales para procesos mentales específicos. Por lo menos, un encuentro interdisciplinario de esta índole podría hacer surgir preguntas críticas en muchas áreas claves. Por ejemplo, ¿el individuo tiene una capacidad fija determinada para ordenar sus emociones y su atención? O como lo sostiene la tradición budista, ¿esa capacidad de ordenar procesos es muy plástica e indica un grado similar de plasticidad en los sistemas de comportamiento y cerebrales asociados con esas funciones? Un área en la cual la tradición contemplativa budista podría contribuir de modo importante con las técnicas prácticas que ha desarrollado es el entrenamiento en la compasión. Por lo que se refiere al adiestramiento mental para la atención y el ordenamiento de la emoción, también es indispensable investigar si alguna técnica específica puede ser más o menos efectiva dependiendo del momento en que se utiliza, y ello con el objetivo de diseñar nuevos métodos que se ajusten a las exigencias relacionadas con la edad, la salud y otras variables.
Sin embargo hay que actuar con prudencia. Cuando dos tradiciones de investigación radicalmente distintas como el Budismo y la neurociencia se reúnen para un diálogo interdisciplinario, es inevitable que surjan los problemas que suelen acompañar los intercambios transculturales y transdisciplinarios. Por ejemplo, cuando hablamos de la "ciencia de la meditación", tenemos que entender lo que significa realmente esa expresión. Me parece necesario que los científicos se percaten de los diferentes matices que conlleva un término tan importante como ‘meditación’ dentro de su contexto tradicional. Por ejemplo, en su contexto tradicional, el término que se utiliza para meditación es ‘bhavana’ (en Sánscrito) o ‘gom’ (en Tibetano). En Sánscrito, la palabra transmite la idea de cultivar, como cultivar un hábito o manera de ser particular, mientras que el término Tibetano ‘gom’ connota cultivar familiaridad. En pocas palabras, ‘meditación’ en el contexto budista tradicional se refiere a una actividad mental deliberada que supone cultivar familiaridad, que sea con un objeto seleccionado, un hecho, tema, punto de vista/actitud, o manera de ser. En general, hay dos tipos de práctica de la meditación – una que busca tranquilizar la mente y otra que observa los procesos cognitivos de la comprensión. Se les dice (i) meditación estabilizadora y (ii) meditación discursiva. En ambos casos, la meditación puede tomar formas muy distintas. Por ejemplo, puede ser que tome un objeto cognitivo particular, como meditar sobre nuestra naturaleza fugaz. O puede tratarse de cultivar algún estado mental específico, como la compasión, al desarrollar un anhelo sincero y altruista para aliviar el sufrimiento de los demás. O puede ser un tipo de imaginación, que explora el potencial que tenemos de generar imágenes mentales para cultivar el bienestar. Por eso es indispensable saber qué aspecto específico de la meditación queremos investigar al dedicarnos a una investigación colaborativa para que a la complejidad de las prácticas de meditación bajo análisis corresponda el nivel de sofisticación de la investigación científica.
Otra área en donde se requiere una perspectiva crítica por parte de los científicos es la posibilidad de distinguir, por un lado, entre los aspectos empíricos del pensamiento budista y la práctica contemplativa y por otro, los supuestos filosóficos y metafísicos asociados con esas prácticas de meditación. En otras palabras, al igual que en el contexto de una perspectiva científica es necesario diferenciar entre los supuestos teóricos, las observaciones empíricas basadas en experimentos, y las interpretaciones posteriores, es imprescindible hacer una distinción entre los supuestos teóricos, las características de los estados mentales que se pueden comprobar por la experiencia, y las interpretaciones filosóficas posteriores del Budismo. De ser así, ambas partes del diálogo podrán encontrar puntos de coincidencia entre los fenómenos observables en la mente humana sin caer en la tentación de reducir el marco de una disciplina al de la otra. Aunque las presuposiciones filosóficas y las interpretaciones conceptuales posteriores de estas dos tradiciones de investigación puedan ser diferentes, cuando se trata de hechos empíricos, los hechos han de permanecer los hechos por mucho que se pueda discrepar en la manera de describirlos. Yo creo que será posible lograr un conocimiento compartido de los hechos experimentales de diversos aspectos de nuestras percepciones, pensamientos y emociones, cualquiera sea la conclusión sobre la naturaleza última de la consciencia –-que se pueda o no reducir a los procesos físicos.
Con estos comentarios de precaución, pienso que una cooperación estrecha entre estas dos tradiciones de investigación puede contribuir verdaderamente a extender el conocimiento humano del complejo mundo interior de la experiencia subjetiva que llamamos ‘mente’. Los beneficios de colaboraciones de este tipo ya están apareciendo. Según informes preliminares, el impacto de un adiestramiento mental repetido, por ejemplo una sencilla práctica para desarrollar la atención, o el cultivo deliberado de la compasión como lo hace el Budismo, ya se ha podido cuantificar a través de modificaciones observables producidas en el cerebro humano y que corresponden a los estados mentales positivos. Los descubrimientos recientes de la neurociencia han demostrado la plasticidad inherente del cerebro, en lo que atañe a las conexiones sinápticas y la generación de nuevas neuronas en respuesta a estímulos exteriores como el ejercicio físico voluntario y un entorno enriquecido. La tradición contemplativa budista podría ayudar a ampliar este campo de investigación científica proponiendo tipos de adiestramiento mental que también influyan en la neuroplasticidad. Si efectivamente, como lo implica la tradición budista, la práctica mental puede producir cambios observables en las sinapsis y neuronas del cerebro, esto podría conllevar consecuencias de gran alcance. Las repercusiones de tales investigaciones no se limitarán a aumentar nuestro conocimiento de la mente humana; quizás más importante aún será su significado para nuestra comprensión de la educación y la salud mental. Asimismo, si como lo asevera la tradición budista, el cultivo delibrado de la compasión puede realmente producir un cambio radical en la manera de ver las cosas de una persona y conducir a una mayor compenetración con los demás, se podría llegar a efectos de gran trascendencia para la sociedad en general.
Finalmente, creo que una colaboración entre la neurociencia y la tradición contemplativa budista podría arrojar una nueva luz sobre un tema de importancia crucial que es la interacción entre la ética y la neurociencia. Cualquiera sea la idea que se tiene de la relación entre la ética y la ciencia, en términos prácticos, la ciencia se ha desarrollado ante todo como disciplina empírica, con una postura neutral, sin escala de valores. Ha llegado a ser considerada esencialmente como método de investigación que brinda un conocimiento detallado del mundo empírico, con las leyes naturales que lo subtienden. Visto únicamente desde el punto de vista científico, la creación de las armas nucleares fue verdaderamente una hazaña asombrosa. No obstante, por el potencial que tiene esa invención para matar, destruir, y engendrar un sufrimiento monstruoso, la consideramos destructiva. La apreciación ética es la que debe establecer lo positivo y lo negativo. Hasta hace poco, parece haber funcionado la actitud de mantener aisladas la ética y la ciencia, con el entendido que la capacidad humana de pensar la moralidad evoluciona a la par con el conocimiento humano.
Pienso que la humanidad se encuentra ahora en una encrucijada crítica. Los adelantos radicales logrados en la neurociencia y particularmente en genética a finales del siglo veinte han instaurado una nueva era en la historia de la humanidad. Nuestro conocimiento de la mente y del cuerpo humanos al nivel celular y genético, con las posibilidades tecnológicas que proceden de esos avances científicos para la manipulación genética, han llegado a crear retos morales enormes. Es evidente que nuestra reflexión ética no ha sido capaz de mantenerse a la altura de la adquisición de conocimientos y poderes tan acelerada. Pero la ramificaciones de estos descubrimientos y sus aplicaciones tienen un alcance tan amplio que atañen al concepto mismo de naturaleza humana y la preservación de nuestra especie. Por eso ya no basta con adoptar una postura según la cual nuestra responsabilidad en tanto que sociedad se limita a promover el conocimiento científico e incrementar el poder de la tecnología, y que la decisión sobre lo que se hace con tal conocimiento y poder ha de permanecer en manos del individuo. Tenemos que encontrar la manera para que las consideraciones humanitarias y éticas fundamentales tengan influencia en el rumbo del progreso científico, especialmente en las ciencias de la vida. Al invocar principios éticos fundamentales, no abogo por una fusión de la ética religiosa y la investigación científica. Hablo de lo que llamo “una ética laica” que abarca los principios claves de la ética, como la compasión, la tolerancia, un sentimiento de afecto y consideración hacia los demás, y el uso responsable del conocimiento y el poder –-principios que van más allá de las barreras entre creyentes y no-creyentes, los seguidores de una u otra religión. A mí, personalmente, me gusta imaginar todas la actividades humanas, incluso la ciencia, como si fueran los cinco dedos de la mano. Mientras cada dedo quede conectado con la palma, es decir la empatía y el altruismo humanos básicos, servirán al bienestar de la humanidad. Vivimos verdaderamente en un solo mundo. La economía moderna, los medios electrónicos, el turismo internacional, así como los problemas del medio ambiente, todo nos recuerda a diario hasta qué punto el mundo se ha vuelto, hoy en día, un sistema interconectado. Las comunidades científicas desempeñan un papel de importancia vital en este mundo interrelacionado. Cuales sean las razones históricas, los científicos disfrutan hoy de mucho respeto y confianza en la sociedad, mucho más que mi propia disciplina, la filosofía y la religión. Ruego encarecidamente a los científicos que apliquen, en sus labores profesionales, los preceptos de las normas éticas fundamentales que compartimos todos en tanto que seres humanos.
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