Su Majestad, Miembros del Comité Nobel, Hermanos y Hermanas:
Me siento muy feliz de estar aquí con ustedes el día de hoy para recibir el Premio Nobel de la Paz. Me siento honrado, humilde y profundamente conmovido de que ustedes hagan entrega de este importante premio a un simple monje de Tíbet, yo no soy especial. Mas creo que el premio es un reconocimiento al verdadero valor del altruismo, el amor, la compasión y la no violencia que intento practicar de acuerdo con las enseñanzas del Buda y los grandes sabios de India y Tíbet.
Acepto el premio con profunda gratitud en nombre de aquellos oprimidos en algún lugar y por todos los que luchan por la libertad y trabajan por la paz mundial. Lo acepto como un tributo al hombre que fundó la moderna tradición de la acción no violenta para el cambio, Mahatma Gandhi cuya vida me inspiró y fue una enseñanza para mí. Y, por supuesto, lo acepto en nombre de los seis millones de tibetanos, mis valientes compatriotas al interior de Tíbet que han sufrido y siguen sufriendo tanto. Ellos enfrentan una estrategia calculada y sistemática que apunta a la destrucción de su identidad nacional y cultural. El premio reafirma nuestra convicción de que con la verdad, coraje y determinación como nuestras armas, Tíbet será liberado.
Sin importar de qué lugar provengamos en el mundo, todos somos básicamente seres humanos iguales. Todos buscamos la felicidad e intentamos evitar el sufrimiento. Tenemos las mismas necesidades y preocupaciones humanas. Todos nosotros, los seres humanos deseamos la libertad y el derecho a determinar nuestro propio destino como individuos y pueblos. Ésa es la naturaleza humana. Los grandes cambios que están teniendo lugar en todas partes en el mundo, desde Europa del Este a África, son un claro indicio de esto.
En China el movimiento popular por la democracia fue aplastado con fuerza brutal en junio de este año. Pero no creo que las demostraciones fueron en vano porque el espíritu de la libertad volvió a encenderse entre el pueblo chino, y China no puede escapar del impacto de este espíritu de libertad extendiéndose por tantas partes en el mundo. Los estudiantes y aquellos que les apoyan valientemente mostraron al liderazgo chino y el mundo el rostro humano de esa gran nación.
La semana pasada algunos tibetanos fueron nuevamente sentenciados a prisión por hasta diecinueve años en un juzgamiento masivo que fue un espectáculo, posiblemente con la intención de atemorizar a la población antes del evento de hoy. Su único ‘crimen’ fue la expresión del amplio deseo de los tibetanos por la restauración de la independencia de su amado país.
El sufrimiento de nuestro pueblo durante los últimos cuarenta años de ocupación está bien documentado. Nuestra lucha ha sido larga y sabemos que es justa. Siendo que la violencia sólo puede traer más violencia y sufrimiento, nuestra lucha debe mantenerse no violenta y libre del odio. Intentamos poner fin al sufrimiento de nuestro pueblo, no infligir sufrimiento a otros.
Teniendo esto presente es que propuse las negociaciones entre Tíbet y China en diversas ocasiones. En 1987, hice propuestas específicas en el Plan de Cinco Puntos para la restauración de la paz y los derechos humanos en Tíbet. Éste incluía la conversión de todo el altiplano tibetano en una Zona de Ahimsa, un santuario de paz y no violencia donde los seres humanos y la naturaleza puedan vivir en paz y armonía.
El año pasado, hablé en Estrasburgo sobre ese plan en el Parlamento Europeo. Creo que las ideas que expresé en esas oportunidades son tanto realistas como razonables, aunque han sido criticadas por algunos de mi pueblo por ser demasiado conciliadoras. Desafortunadamente, los líderes de China no han respondido positivamente a las sugerencias que hicimos y que incluían concesiones importantes. Si esto no cambia, nosotros nos veremos inclinados a reconsiderar nuestra posición.
Cualquier relación entre Tíbet y China tendrá que basarse en el principio de igualdad, respeto, confianza y beneficio mutuo. También ha de basarse en el principio en que los sabios gobernantes de Tíbet y de China establecieron un tratado ya en el año 823 dC y que se encuentra grabado en el pilar que hoy todavía permanece frente a Jokhang, el lugar más santo de Tíbet, en Lhasa: “Los tibetanos vivirán felizmente en la gran tierra de Tíbet y los chinos vivirán felizmente en la gran tierra de China”.
Como monje budista, mi preocupación se extiende a todos los miembros de la familia humana y, en realidad, todos los seres sintientes que sufren. Yo creo que todo sufrimiento es causado por la ignorancia. Las personas infringen dolor en otros en la búsqueda egoísta de su felicidad o satisfacción. Sin embargo, la felicidad verdadera viene de un sentido de hermandad. Necesitamos cultivar una responsabilidad universal entre nosotros y el planeta que compartimos. Aunque he encontrado mi propia religión budista útil para generar amor y compasión, incluso hacia aquellos que considero nuestros enemigos, estoy convencido de que cada uno puede desarrollar un buen corazón y sentido de responsabilidad universal con o sin religión.
Con el creciente impacto de la ciencia en nuestras vidas, la religión y la espiritualidad tienen un papel mayor que jugar, recordándonos nuestra humanidad. No existe contradicción alguna entre ellas. Cada una nos otorga valiosas comprensiones sobre la otra. Tanto la ciencia y las enseñanzas del Buda nos dicen de la unidad fundamental de todas las cosas. Este entendimiento es crucial si hemos de tomar una acción positiva y decisiva sobre la apremiante preocupación global por el medioambiente.
Creo que todas las religiones buscan los mismos objetivos, cultivar la bondad humana y otorgar felicidad a todos los seres humanos. Aunque los medios puedan parecer diferentes, los fines son los mismos.
A medida que entramos en la década final de este siglo, me siento optimista en cuanto a que los valores antiguos que han sostenido a la humanidad hoy siguen reafirmándose para prepararnos para un siglo veintiuno más amable, feliz
Ruego por todos nosotros, opresor y amigo, que juntos tengamos éxito en la construcción de un mundo mejor mediante un entendimiento y amor humanos, y que al hacerlo podamos reducir el dolor y sufrimiento de todos los seres sintientes.
Gracias.
Universidad Aula, Oslo
10 de diciembre de 1989